domingo, 12 de julio de 2009

DEL CIELO AL HOYO (I)

Nunca es agradable para los ciclistas que corren el Tour de Francia tener que abandonar, pero hay una forma aún más dolorosa de hacerlo: yendo de amarillo. O lo que es lo mismo, de líder.
Oficialmente, la historia del maillot amarillo empieza el 18 de julio de 1919, cuando Henri Desgrange le pone la prenda al líder de la carrera, Eugène Christophe en la undécima etapa (Grenoble). Eran las dos de la madrugada cuando se inició la etapa y le ponían la camiseta en honor al color de las páginas del diario "L'Auto". Aquí queda el dato. Todo el mundo hacía comentarios yd ecía que lo veían ridículo, pero ahora pagarían por llevarlo.
Sin embargo, hay quién dice que la historia empezó algo antes, en 1913, cuando Desgrange fue a visitar al líder Phillipe Thys por la noche pidiéndole que se lo pusiera al día siguiente. Al principio no quería, ya que decía que así estaría en el punto de mira de todo el mundo, pero su marca (Peugeot) dicen que le obligó por fines comerciales y así lo hizo. Sin embargo, no hay ningún dato que lo atestigüe.
Total, que hasta la fecha y des de la imposición oficial del maillot, catorce han sido los casos de corredores que han tenido que abandonar vistiéndole. Poco a poco iremos viendo todos los casos.

PRIMER CASO
Para ver el primer caso nos tenemos que remontar a finales de los años 20, en concreto, en 1927.



Francis Pélissier pertenecía al fuerte equipo Dilecta, y se impuso en la primera etapa de aquel Tour con llegada en Dieppe junto a tres corredores (Le Drogo -compañero de equipo-, Cuvelier y Huot) haciendo una masacre. Llegaron con unos 7 minutos sobre un dúo y más de 10 minutos sobre un trío. Para darnos cuenta de lo ocurrido, personajes que no eran nada cojos quedaron de la siguiente manera: Nicolas Frantz 13º a 19' 05", junto a Maurice De Waele, Felicien Vervaecke 18º a 21' 17", André Leducq 19º a 21' 39", Antonin Magne 34º a 38' 40"...
Es decir, no sabría si ganaría el Tour pero tenía suficiente ventaja para aguantar varios días.

Pero, en la sexta etapa (206km entre Dinan y Brest), enfermo, tuvo que poner pie a tierra al paso por Morlaix. Su compañero Le Drogo fue quién recogió el testigo, aunque finalmente fue Nicolas Frantz quién lo llevó al Parque de los Príncipes.


SEGUNDO CASO
Pero para ver el siguiente caso no tenemos que avanzar demasiado, ya que fue justo dos años más tarde; en 1929.



La historia empieza en 1924 cuando, un buen escalador llamado Victor Fontan (que ya se gastaba 32 tacos) debutó en el Tour. Abandonó en la quinta etapa y no fue hasta 1928 que volvería dónde (entonces sí) demostró su enorme valía, pasando del último clasificado de la general al séptima tras la etapa del Aubisque y el Tourmalet con meta en Luchon que ganó con 13 minutos de ventaja sobre un Van de Casteele que había coronado ambos puertos en cabeza (segundo fue Frantz a 7 minutos y el cuarto ya llegó a más de media hora). Su posición en el Tour se quedó en la misma séptima (a 5 horas del mismísimo Frantz), pero por su etapa se ganó el sobrenombre de "El rey de los Pirineos".
Pero el gran sabor agridulce vendría en la edición siguiente, dónde partía ya como favorito. Nuevamente destacó en la etapa de Luchon, dónde quedó segundo justo tras Salvador Cardona (primera etapa española en el Tour), cosa que le sirvió -éste año sí- para auparse en el liderato.

Pero la desgracia pasó en la etapa siguiente, los 323km que separaban Luchos de Perpinyà pasando por el Aspet, Port y Puymorens. Pocos kilómetros después de darse la salida, Fontan cayó y se le rompió el cuadro de su máquina. El reglamento decía que el corredor no podía recibir ninguna ayuda de fuera ni para arreglos mecánicos. De lo contrario, sería sancionado.
Faltaba poco para que amaneciera por lo que, un aficionado que miraba el paso de la carrera le dijo que le dejaba su bicicleta para llegar al siguiente pueblo (que estaba a seis kilómetros) y con la destrozada en la espalda. Y así lo hizo. Al llegar, no vio ni una alma, por lo que hasta tuvo que despertar al propietario de un garaje para solucionar lo ocurrido. Ante la desesperación de Fontan, una hora fue lo que se tardó por arreglar los desperfectos y fue entonces cuando de nuevo puso el culo en el sillín y volvió a la marcha.

Pero por su rostro caían lágrimas de pena y desesperación, a sabiendas de que no podría dar alcance al gran grupo. Pasaban los kilómetros y su moral amainaba hasta que decidio poner pie a tierra para llorar amargamente su derrota al borde de la carretera.